La piel: una barrera flexible
Afortunadamente para nosotros, la piel tiene extraordinarios poderes regenerativos. En la capa germinativa de la epidermis se forman constantemente nuevos suministros de células de la piel. Y al mismo tiempo, miles de millones de células viejas de la piel se pelan cada día.
En el caso de una lesión, por ejemplo un corte, la piel inicia varios mecanismos de curación, desde el cierre rápido de la herida hasta la defensa contra los patógenos y la construcción de nuevo tejido.
Una zona de amortiguación vital
El hecho de que la cáscara del hombre permanezca constantemente intacta es de enorme importancia para la salud. Esta barrera externa, por ejemplo, amortigua las tensiones mecánicas como la presión y los golpes.
Además, actuando como un límite, bloquea el acceso a los productos químicos, protege tanto como sea posible contra la radiación dañina y ofrece hospitalidad a las células inmunes.
Todo bajo control
Y eso no es todo: al estar equipada con numerosas células sensoriales que registran el dolor y el calor, entre otras cosas, la piel es capaz de señalar posibles peligros. Así, la aparición de síntomas evidentes (enrojecimiento, sarpullido, etc.) actúa como una llamada de atención para una amplia gama de enfermedades.
Además, la piel evita que el cuerpo se sobrecaliente en caso de altas temperaturas o de un esfuerzo físico intenso, ya que el sudor favorece el enfriamiento gracias al efecto termorregulador de la transpiración.
Una capa protectora autoproducida
El sudor es también un componente clave del manto ácido protector de la piel. Este manto hidrolipídico (o película hidrolipídica) mantiene la piel húmeda y lisa y evita la proliferación de patógenos "malos".
Por el contrario, los "buenos" habitantes de la piel humana - la flora de la piel, que es muy importante para la salud - se sienten perfectamente a gusto en este ambiente ácido.